El Cazador de Espíritus. La verdadera historia del exorcista más popular de España.
Este hombre ve espíritus desde los 3 años de edad, ha ejercido 25 como exorcista y la historia de su vida es trepidante ante las numerosas experiencias que tiene y demuestra con el más allá y lo espiritual. Ahora se ha publicado una biografía de este cazador de espíritus.
Primero mantuvo ocultas sus facultades, le avergonzaban. De mayor tuvo que reconocer que lo suyo no era normal y se convirtió en Cazador de Espíritus, es decir exorcista profesional, labor que ejerció durante 30 años. Sería la suya una vida de película, si no fuera porque todo es pura realidad. Con una espiritualidad muy terrenal, nada terrorífica y hasta con humor, el libro atrapa desde la primera página. En la primera parte, Antonio describe cómo le enseñaron desde el otro mundo, ya de muy niño, a controlar la energía, hacer viaje astrales y experimentar videncias, vivencias y premoniciones. En la segunda, se evocan decenas de exorcismosrealizados por él, cómo depura la técnica y cómo añade a sus facultades la mediumnidad, la audición a distancia, la regresión, la sanación y la ayuda en la muerte. La experiencia le ha demostrado, que no somos más que un eco del pasado.
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En este blog, Aquí tenéis. «El Cazador de Espíritus» el libro de auto-ayuda sobre mi vida que ha escrito Víctor Colomer. Pude descargarse gratuitamente en formato PDF como iBook para tablet, móvil y ordenador. Si lo prefieres, puedes elegir la opción libro de papel y lo recibirás en casa por correo postal. Es de lectura fácil y amena y aborda la vida de un niño que vivió en este mundo y, muy a su pesar, también en el otro. ¿Qué diran de mi si les digo que veo espíritus?, pensaba el niño. Mejor quedar en silencio.
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Eternidad2
Quiero
contaros como ha nacido este libro. Lo escribí hace años, como buenamente pude,
con mis pocos conocimientos de lingüística y narrativa y dando mis primeros
pasos en el teclado de un viejo ordenador. Dediqué a ello quince días enteros
de mi vacaciones, llorando a lágrima viva cada vez que me ponía a evocar mi
vida frente a un papel en blanco. De pronto los recuerdos acudían a mi mente de
forma desordenada lo que me producía una desazón y un malestar muy
perturbadores. Pero no podía dejar de escribir... ni de secarme las lágrimas de
tan catártico como era el ejercicio.
Apenas
fueron una treintena de folios y en ellos quedó plasmado el primer proyecto de
mi libro. Lo titulé Memorias de un
Espíritu ya que mientras escribía tuve la sensación de hacerlo por órdenes
de un ser superior que me dictaba cada línea. El espíritu hablaba en primera persona de un tal Antonio
y contaba su vida desde una perspectiva espiritual
Nunca
tuve prisa en publicarlo. Las cosas han de caer por su propio peso y el
lema de mi vida siempre ha sido que «si
ha de ser será y si no es, es porque nunca fue». No somos mas que un eco del
pasado repitiendo en uno y mil planos de existencia los mismos aciertos y
errores. Así que no había que darse prisa, sino simplemente dar tiempo al
tiempo y... lo que tenga que ser será. Eso nunca me quitó el sueño.
Al cabo
de unos años encontré un amigo, uno de ésos que vienen de lejos y a los que
poco a poco te vas acercando porque la amistad va creciendo lentamente. Víctor
se llamaba, le conocía de su trabajo en Diario de Sabadell y me propuso hacer
un libro sobre el tema espiritual. Le respondí que imposible. Eran aquellas
épocas en que íbamos liadísimos de trabajo atendiendo a 50 y 60 personas cada
día en nuestro consultorio. Pero tomamos un café, él insistió sobre la
necesidad de dar a conocer casos reales de posesión y exorcismos para que la
gente viera que no son cosas de películas, sino que es un fenómeno real y
cercano.
Te voy a
contar una historia, le respondí. Un día, siendo yo un niño, mi padre me llevó
al mercado donde mi abuelo tenía una parada de fruta. Todos sus compañeros con
puestos también de fruta o verdura, pollería, huevos y demás chillaban como
locos pregonando a voces la bondad de su producto. Mi abuelo era el único que
no daba voces. Extrañado, le pregunté porque permanecía tan silencioso. ¿Tu ves
que me quede algo por vender? Me preguntó a su vez. No le quedaba nada. ¿Para
que me voy a desgañitar si ya lo tengo todo vendido?
Como mi
abuelo, yo tampoco voy a perder energías gritando la verdad del hecho
espiritual. Aquí está mi libro para que cada cuál lo lea como mejor le parezca.
Esta es mi vida y éstos son los hechos. Pero podéis leerlo, si así os place,
como una aventura de Harry Potter o como una película de ciencia ficción. No me
importa. Otros sabrán de qué hablo porque algún capítulo les va a recordar
aquel extraño suceso que vivieron un día. Otros se reconocerán en cada línea,
en cada palabra. Da igual, cualquier lectura es correcta, lo principal es
ayudar.
Años
después Víctor y yo volvimos a encontrarnos. Yo estaba ya retirado y nos
pareció el momento adecuado para poner en marcha conjuntamente un largo
proyecto que ha durado más de dos años. Ha sido un parto largo y plagado de
dificultades, pero finalmente el libro sale a la luz. Era nuestro eco del
pasado. El resultado lo tienes en tus manos
Prólogo por Víctor Colomer
Prólogo por Víctor Colomer
Siempre he pensado que los fantasmas deben existir. Tienen que
ser verdad. Pero nunca he podido demostrarlo ni, menos todavía, experimentarlo.
He investigado sin mucho éxito en el mundo de los viajes astrales y los sueños
lúcidos, me he metido en sectas, he acumulado libros y he buscado en la
espiritualidad. Pero nunca he visto fantasmas, nunca he experimentado nada
sobrenatural ni he constatado la existencia de un mundo paralelo al nuestro.
Aún así, y esto es sorprendente, sigo creyendo en fantasmas.
¿Qué me anima? Muy fácil: ir encontrando aquí y
allá textos históricos, literarios o periodísticos, testigos personales de
amigos y conocidos, escenas de cine... Donde menos lo espero, vuelve a salir
una información sobre fantasmas.
Un día de 1991, el guitarrista
Narciso Yepes, de prestigio internacional, me reconoce, mirándome a los ojos,
en una entrevista y con toda naturalidad, haber visto un familiar muerto en su
casa.
El 6 de enero de 2017 medios de todo
el mundo publicaban «Silvia de Suecia dice que convive con fantasmas». En una
entrevista en la televisión sueca, SVT, la esposa del rey Gustavo afirma que
son «presencias amistosas».
Hay gente que no cree por motivos de lógica. «Yo soy muy racional»,
argumentan. En mi caso, paradójicamente, es precisamente la lógica la que me ha
hecho creer en estos fenómenos. Para mi es de pura lógica que los fantasmas han
de ser una realidad.
Hace unos años, la hija de una amiga de Sant Cugat del Vallès llama a
gritos a su madre desde su habitación porque está viendo, tumbado en su cama,
el abuelo que murió el día anterior. Asustada, describe a su madre como viste
el abuelo, justo la misma ropa con que le enterraron y que la niña no había
visto. ¡Una niña de diez años! ¿Por qué va a mentir ella? Una niña de diez años
no puede estar influida por películas, leyendas o relatos de terror. Sólo
estaba haciendo deberes en su habitación y de repente se le aparece su abuelo,
fallecido el día anterior, tendido en su propia cama.
Una compañera de trabajo me habla de la señora con la que coincide a la
salida del colegio, donde recoge a su hijo. Le explica como habla con su
marido, muerto hace tiempo, cada vez que lo encuentra sentado en su butaca. Hay
gente que lo lleva con la misma naturalidad con que lo manejan los habitantes
de Macondo en 100 años de Soledad. Cohabitan con seres espirituales sin problema.
Y todavía otro caso cercano, una
vecina muy sensata y de plena confianza me dice que ha visto dos veces en el
rellano de nuestra escalera y en el parking de casa, a otra vecina que se
suicidó precipitándose desde el balcón.
¿No es tanta coincidencia, al menos, digna de estudio?
Pasemos ahora de los casos de mi entorno personal a los universales. La
creencia en muertos retornados está acreditada desde la cuna de la humanidad.
De fantasmas se habla desde los sumerios. En la epopeya sumeria Gilgamesh,
2.600 años antes de Cristo, ya aparece el muerto reencarnado Enkidú. Los
egipcios ya mencionan el cordón de plata que une el cuerpo físico con el
energético y desarrollaron una compleja arquitectura funeraria (pirámides
incluidas) basada en el viaje del espíritu, no del cadáver, a la otra
dimensión.
Desde los sumerios hasta películas como Ghost o El Sexto Sentido,
encontramos apariciones de muertos en La Eneida de Virgilio y La
Odisea de Homero, en el Hamlet de Shakespeare, en El Holandés
Errante de Wagner, en La Novia de Corinto de Goethe y, leyendas
aparte, en tantos otros monumentos de la cultura occidental. El Nuevo
Testamento, sin ir mas lejos, atribuye tres exorcismos al propio Jesús. La
ciencia lo atribuye a supersticiones locales de gente sencilla. Pero es que en
la otra mitad del planeta, la cultura oriental disfruta también de una extensa
historia -y no sólo en la literatura clásica de China o Japón- sobre
aparecidos, espíritus de muertos que regresan a casa, poseídos y exorcismos.
Tienen sus fantasmas los aborígenes australianos, las tribus africanas y
los indios americanos, desde mucho antes de comunicarse entre
ellos. Curiosa «superstición local» la que alcanza todos los siglos de la
historia de la Humanidad y todo el globo terráqueo de Norte a Sur y de Este a
Oeste. Comprendo que el fenómeno no sea experimentable ni, por lo tanto,
estudiable científicamente, pero da rabia que la ciencia no tome más seriamente
un fenómeno tan universal.
Hoy mismo, en pleno siglo XXI, el tema sigue generando ficción, leyendas,
cine... ¡Incluso una concursante de Gran Hermano veía fantasmas! Pero también
documentales e incluso literatura científica como la de la doctora Elisabeth
Kubler Ross que afirma sin tapujos, desde la perspectiva médica, la existencia
de seres espirituales en nuestro entorno y aporta multitud de testigos. Hoy,
según las encuestas, el 32% de los estadounidenses afirman sin vergüenza creer
en fantasmas.
Pero América nos queda lejos y a los americanos siempre les hemos visto un
poco extravagantes. Es por eso que yo, que llevo toda la vida esperando que la
ciencia pierda el miedo a los fantasmas y aparezca un día un premio Nobel sin
complejos demostrando su existencia, he decidido hablar de los fantasmas de
casa, los que tenemos más cerca. La vida se me echa encima y no quiero morir
sin haber averiguado la verdad de este apasionante misterio. No puedo esperar
más.
Es así como he recuperado a un viejo conocido, Antonio Jiménez. Cuando yo
trabajaba en Diario de Sabadell siempre busqué entrevistados que me aportaran
un poco de luz al respecto. Algunos eran demasiado iluminados, otros esotéricos
alucinados, charlatanes de feria o sectarios. Otros, no obstante, me intrigaban
por no encajar en ningún prototipo conocido, me inspiraban cierta confianza.
Seguí de cerca el nacimiento, en 1991, en la Avenida Barbera de Sabadell, del
Centro Espiritual Angeles.
No cerró al poco tiempo como yo vaticinaba. Bien al contrario, vi como
durante 25 años, que se dice pronto, el centro no paraba de recibir cada vez
más visitas de pacientes. Primero sólo de Sabadell, después de toda España y al
final del extranjero, mayormente de América Latina. Los pacientes llenaban cada
día pacientemente (valga la redundancia) durante horas aquella sala de espera,
que yo siempre veía apretujada, para ser atendidos de algún tipo de posesión.
El trabajo consistía, por decirlo brevemente, en arrancarles el espíritu que
les acompañaba y enviarlo al cielo.
Poco a poco fui descubriendo que M. Àngels se ayudaba en el trabajo de un
personaje anónimo, discreto, miope, gordito, mofletudo, un poco cojo, sin
apenas estudios y algo desaliñado que escuchaba desde un rincón de la consulta
la historia de cada una de aquellas personas desesperadas y que se dejaba
poseer temporalmente (yo entonces no lo sabía) por el espíritu a desalojar.
Asistí a alguna de aquellas sesiones y veía como él aceptaba con
humildad su papel de secundario. Sólo hablaba en voz queda, de vez en cuando,
con M. Àngels. Pero lentamente fui descubriendo que la presencia de aquel
hombre discreto medio escondido en la oscuridad era esencial para el trabajo
que allá se realizaba. Imposible sin él.
Ahora he reencontrado a aquel Antonio que tanto me intrigó hace unos años.
Es un tío abierto, simpático, servicial y muy estimado por sus antiguos
pacientes. Se ha retirado del trabajo y ha abandonado todo escrúpulo a hablar.
Liberado de aquella disciplina, hoy vive una jubilación dorada llena de
alegría, tiene voluntad de comunicarse y ganas de dejar testimonio de lo que ha
sido una vida, la suya, de auténtica película.
Antonio ve espíritus y vive con
ellos desde la infancia. Y lo lleva con una naturalidad que te desarma. Cuando
habla de ello, mezcla los fenómenos sobrenaturales que él vive a diario con
temas cotidianos como la hipoteca, el último concurso de la tele, su pasión por
las motos, el Barça-Madrid, la visita al médico, la mejor técnica para plantar
un geranio o sus dos hijos. Pasa de la cotidianidad a la fenomenología sin
solución de continuidad. Tiene los espíritus integrados en su vida.
A menudo se ríe de ellos e incluso
les desprecia (califica los espíritus débiles como «una entidad de
calderilla»). Pero respeta con devoción al «Jefe», aquella voz que resuena en
su cabeza desde niño, sólo de vez en cuando, pero con rotundidad. Una voz
interna que durante toda la vida le ha ido indicando el camino correcto, le ha
educado lentamente en las artes espirituales y siempre le ha ordenado, con tono
severo, hacia donde caminar.
Con el tiempo, dice Antonio, ha desarrollado tres facultades: vivencia,
videncia y premonición de futuro. Olvida decir que, cuando ha convenido,
también ha ejercido de medium, ha sanado, ha ayudado a morir y, sobre todo, que
también sabe «disparar un láser» desde su plexo solar que hace maravillas en
los poseídos.
Su experiencia constante con «el
otro mundo» lo ha llevado a forjar un corpus teórico propio, un código ético
personalísimo. Tiene ideas muy particulares sobre la religión, el sentido de la
vida, la reencarnación (en la que no cree), el aborto (que no es pecado), el
suicidio (que sí puede serlo), la posesión, la homosexualidad, los planos de
existencia y, sobre todo, el tiempo. En este último apartado, el tiempo, se
acerca paradójicamente a las más avanzadas teorías de la Mecánica Cuántica.
¡Él! que abandonó los estudios a los 13 años y que desde entonces apenas ha
vuelto a hojear un libro.
A mediados de 2015, Antonio sufrió
una angina de pecho. Lo recibió como un aviso del corazón. Decidió hacer caso y
poner punto final a su carrera de exorcista, un «oficio» demasiado intenso que
lo estresaba y lo dejaba cada noche hecho polvo, absolutamente agotado.
Después de 25 años, y ya sin Antonio, el Centro Espiritual tuvo que cerrar
para disgusto de miles de personas que de la noche a la mañana se encontraron
huérfanos de confort espiritual. Hoy Antonio vive una relajada vida de jubilado
frecuentando sobre todo, el Centro para la Tercera Edad de su barrio
donde juega al dominó cada mañana.
Antonio es hoy, con 63 años, un hombre limpio y pulcro, de
trato agradable, extrovertido, muy hablador, muy simpático. No quiere volver de
ninguna manera a la «profesión», no quiere Facebook ni WhatsApp y su número de
teléfono sólo lo tenemos unos pocos privilegiados. Tanta es la gente que
todavía le busca para que les haga «un trabajito».
Lo que sí quiere es aprovechar este
momento dulce de la vida para dar testimonio, porque «el Jefe» no se opone. Si
no le gustara la idea ya me lo habría hecho saber con uno de sus rotundos NO!,
dice Antonio. Necesita darlo a conocer, hacerlo público. Y en eso estamos. El
habla y yo escribo. Nos habremos reunido una treintena de veces para trabajar y
casi cien más para tomar café en algún bar de Sabadell y arreglar el mundo. El
pacto siempre fue que yo no se lo iba a poner fácil. Aceptó.
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